La belleza es algo tan etéreo, tan personal, tan intangible y destructible que, en mis momentos de cordura, pienso que no merece la pena sufrir por ella.
Tempus fugit, que dice la máxima. Y con él la vida, las oportunidades, los sueños y, como no, la hermosura de la que hablamos se va.
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No soy estúpida. Me caracterizo por ser una persona inteligente, soy tan lista que soy consciente de que mi salud mental y sus crisis dependen de cómo despierte cuando me recupere, depende de cómo me levante cada mañana desde ese día en adelante y soy tan variable que preveo días de absoluta soledad, autodestrucción y amargura, del mismo modo que puedo augurar días de claridad, belleza y orgullo.
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Demasiado riesgo es el que corro dejando mi futuro en manos de mi personalidad.
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Puede que las lágrimas que acaban de recorrer mi rostro no sean más que el fruto de una ansiedad acumulada, pues la gente que me conoce sabe como soy y presumo de serlo. No temo ni al dolor, ni al sufrimiento. Me sentaré a esperar a que el día llegue y transcurra, sufriré lo que deba y comeré lo que me pongan. Creo que un bisturí no acabará con mi autoestima.
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Puede que las lágrimas que acaban de recorrer mi rostro no sean más que el fruto de una ansiedad acumulada, pues la gente que me conoce sabe como soy y presumo de serlo. No temo ni al dolor, ni al sufrimiento. Me sentaré a esperar a que el día llegue y transcurra, sufriré lo que deba y comeré lo que me pongan. Creo que un bisturí no acabará con mi autoestima.
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Creo.