Morgana Vatori
Scortum

27.4.10

Hablaba el general por radio, no era claro y sus órdenes eran confusas; el pelotón acabó en zona enemiga, sodomizados, mutilados y finalmente muertos.

24.4.10

Aves de rapiña

Vengo a relatar una fábula, una historia que, sin serlo en sí misma, se convierte en un relato individual merecedor de toda mi atención y de toda la de aquél que esté dispuesto entender unos sentimientos cuánto menos interesantes, complicados quizás, y algo duros.

Esta es la historia de una mujer cuyo pasado volaba constantemente sobre su cabeza cual ave de rapiña, dando una vuelta tras otra esperando el mejor momento para atacar, el momento en que desfalleciese en ese desierto que los mortales llamamos vida.

Como un suave rechazo, las palabras de su compañero se le clavaban a modo de puñales. Afiladas e hirientes, las silabas salían suavemente de su boca y bailaban ligeramente hasta sus oídos atravesando cada fibra de sensibilidad que encontraban.

Nunca antes se había visto un gesto tan parecido al que Leonardo Da Vinci había dibujado en su majestuosa Gioconda. Media sonrisa, media mirada, medio dolor, media compasión, medio bien, mejor dicho: medio mal. Los ojos de su compañero buscaban insistentemente un cruce con la vista cansada de nuestra protagonista y ella, sumisa y complaciente, evitaba con mucho disimulo tener que ver como esos ojos negros la juzgaban.

El ambiente era relajado aunque la tensión aumentaba en su pecho, era consciente de todo aunque el cansancio y el sueño mermaran su capacidad de atención. Escuchaba y asentía; sorda, ciega y muda, seguía absorta en sus pensamientos.

No hacía falta mediar palabra, aunque de vez en cuando alguna sobrevolase la escena. Ella asumía cada disparo con entereza, consciente de su culpa y de su maldición, sabe, porque no es tonta, la complejidad del asunto.

Cinco minutos de silencio la ayudaron a pensar en las minucias de la batalla que estaba teniendo lugar allí, entre la cama dónde él descansaba y el suelo dónde ella filosofaba. Bonita filósofa, de rodillas y humillada, dábale vueltas a todo.

Recordó cada detalle del hecho que la había llevado a esa situación, examinó su nivel de culpa y asumió que, del hecho, no fue responsable. Sin embargo, ella lo propició y no hizo nada por evitarlo; no puede imputarse el hecho como tal, pero sí todas y cada una de sus consecuencias, y ahí es precisamente dónde se encontraba en ese mismo instante: en la mayor consecuencia que nunca antes había sufrido. El buitre se había abalanzado ya sobre ella.

Una desesperación profunda invadió de pronto su ser, las lágrimas contenidas empezaban a doler en su garganta y debía evitar por todos los medios que la presa que formaba su párpado inferior se desbordase. El dolor podía estar matándola lentamente, pero no por ese agudo sufrimiento debía descuidar el bienestar de aquél hombre.

Cuenta la historia que ella murió luchando contra las palabras que su compañero le propinó, con su media sonrisa y ese gesto de póker, aguantó los envistes de una legión de razones por las cuales debía asumir su desgracia y morir en paz sabiendo que no volvería a hacer daño a nadie. Y así lo hizo, se tumbó y dejó que el ave devorase sus entrañas.

Otro final cuenta que sobrevivió a los ataques sucesivos del buitre que se aprovechaba de su estado para tratar de acabar con ella. Eso sí, sus garras y su pico destrozaron su cuerpo, dejando huella de cuánto dolor había sufrido. Continuó su camino como lo había llevado hasta ese momento siendo consciente, a cada paso delante de un espejo, de lo que el desierto había hecho con ella.

Y ésta es la fábula de la que sólo se sabe el final, se especula con su contenido, pero nadie sabrá nunca de lo que habla porque ella se encargó de encerrar su dolor dentro de sí misma para que nadie pudiera jamás ser perjudicado por él.

17.4.10

Encuentra el pene

Lee aquí la noticia.
"Tienes mucho que quemar ¿eh? Tus problemas no se van a solucionar entrenando más horas, arréglalos fuera y disfruta dentro."

14.4.10

Treinta

Mi naranja mecánica funciona con sistema binario. Dos números se repiten. Palabras de ánimo. Golpes. Un espejo, un reflejo. Sombras. El calor me asfixia y mi cuerpo no da más de sí, pero no quiero parar. Miro mis manos vendadas, tiemblan, se deshacen; veo doble o triple, creo que me estoy mareando. Una mano tira de una de mis trenzas, ¿estás bien? Me pregunta. Asiento. Pues sigue, contesta. Obedezco.

Los músculos empiezan a fallar cuando pasa un rato desde que tu cuerpo te rogó que parases y no paraste. Dolor. Es ahí cuando se demuestra la fuerza, cuando uno está a cero y desde cero es capaz de seguir entrenando. Es ahí cuando las palabras de ánimo hacen verdadero efecto, penetran hasta llegar a la fibra, la melodía que te repite una y otra vez que tu entrenador está orgulloso de ti, que sabe que puedes; que espera que puedas.

Una hora de duro entrenamiento finaliza con lo que es, para mí, el peor ejercicio físico que existe. Tumbada boca abajo mis brazos empiezan a temblar cuando me coloco en posición para empezar, ni una sola repetición y ya tiraría la toalla. Cuenta hasta diez, no puedo más. ¡Vamos, diez más! Llego a veinte. No puedo más. ¡Las diez últimas chavales! 21. Abdominales agarrotados. 22. Piernas agarrotadas. 23. Gluteos agarrotados. 24. Los brazos me van a fallar. ¡Venga, las cinco últimas! Se que ya no puedo más.

Los pies de mi entrenador han estado merodeando a mi alrededor desde la flexión número once. Me presiona. Me dice, estoy aquí, te estoy mirando, no te rindas. Las cinco últimas son una tortura medieval, no tengo azúcar ni grasa de donde tirar, no me queda agua, ya no sudo; no soy consciente del tiempo, ni del espacio, el tatami se me clava en las muñecas, las vendas me aprietan y la camiseta me molesta.

30. Mis compañeros ya han acabado, pero yo, más lenta, voy por la 27. Se oyen cuerpos caer desplomados al suelo y se hace el silencio. Noto sus ojos en mi nuca, mis hombros, mis brazos. 28. Dos más y acabas. Sus pies se han parado delante de mí, permanece en silencio mientras los demás se incorporan. 29. Cuando solo queda una, dos sentimientos enfrentados afloran desde el pecho hasta los dedos: uno trata de que hagas uno menos y el otro desea que hagas uno más. Segundos corren en mi contra, cuanto más tarde en subir más me costará la última, pero mi cuerpo no puede más. Un poco más me repito, un poco más. Sólo-un-poco-más. 30.

11.4.10

Ya no recuerdo la última vez que la inspiración me visitó mientras yo andaba sentada cerca de algún papel o algún ordenador; la muy dama de burdel siempre aparece mientras conduzco. Es desesperante.

Las cosas por mi vida no han cambiado mucho, siguen las contradicciones, las dudas, los dolores y placeres de antes. Soy la misma de siempre, pero con unos días más de vida y unas cuántas tareas más que hacer. El trabajo se va acumulando.

No tengo nada especial que transmitir, los asuntos poco o nada relevantes no merecen ser escritos y las cosas importantes no pueden ser contadas; de modo que cuando me encuentro sentada frente a una hoja en blanco no encuentro el modo de derramar mi sangre en cada párrafo, como antes hacía, sin que merme mi vitalidad. Creo que ser feliz a acabado con mi escritura. Lamentable. Lamentable no sólo por el hecho en sí, sino también porque si esto es felicidad, espero volver al pozo pronto: no me interesa lo que las rosas tengan para mi. Paraísos, regalos, flores y caminos con margaritas y manzanilla. Besos y abrazos, amor a borbotones.

El olor a deseo del cuello de un hombre. Caricias furtivas, miradas fugaces, frío bajo fulares. Espasmos originados por orgasmos, respiración agitada y ojos en blanco.

Tranquilidad.

Estudié y sigo pensando en el significado de echar de menos. Sigo en ello y seguiré, pues la cosa no avanza (hoy concurren todos y cada uno de los sentidos que me habéis propuesto y sin embargo mañana no se da ninguno de ellos). ¿Y eso? ¿Eso es echar de menos?

El día ha sido agotador, lo reconozco; mejor admitir el hecho antes de que alguien observe la somnolencia con la que escribo estos desvaríos. Faltas de ortografía y errores garrafales en la gramática, ¡ay de mí! si mis violadores leyesen tal desastre.

Intentaré disociar los aspectos a tratar y congelar en textos los pensamientos que fluyan sobre cada cosa; que los asuntos amorosos irán mal, pero una ciudadana de Esparta siempre será espartana.