Morgana Vatori
Scortum

18.1.10

Corrían otros tiempos

Corrió hasta la esquina, al doblarla trató de calmarse y pasar desapercibida, agarró el bolso con fuerza y continuó andando a paso rápido. A penas quinientos metros la separaban de su destino.
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Continuaba llorando cuando divisó la puerta, llevaba las medias rotas, la camisa mal colocada y estaba bastante despeinada; el rimel había dibujado unos preciosos cauces por los que las lágrimas seguían resbalando y su carmín estaba extendido por una de sus mejillas. Él la vio a lo lejos, daba pasos rápidos pero cortos, y sabía que se dirigió hacia sí. Dio la última calada a su cigarro y, girando la cabeza hacia el interior del edificio, dijo: “Atención, damisela en apuros.” Cuando ella llegó, en la estancia todavía se oía el eco de las carcajadas de sus compañeros.
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- Siéntese, por favor. –le ofreció el caballero.
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Ella tomó asiento, sacó un pañuelo de su bolso con delicadeza y trató de calmar el temblor de sus piernas.
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- Tranquilícese, ¿qué le ha ocurrido?
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No hablaba, porque no pensaba; el terror se había adueñado de sus entrañas y la mano que el Inspector le puso en el hombro le resultó tremendamente desagradable. Retiró el hombro y llevó su mano hasta él, tratando de proteger esa parte del cuerpo que aún no había sido golpeada.
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- Tiene que contarme lo que ha pasado.
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Sus ojos llorosos buscaron una mirada de complicidad en aquel hombre que trataba de ayudarla, se tranquilizó al vislumbrar cierto gesto de amabilidad y logró centrarse en la situación.
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- Me ha pegado. Mi marido me ha pegado.
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El Inspector miró al techo, suspiró y llevó su mirada a sus manos, que se apoyaban en la mesa con los dedos entrelazados. Observó a la mujer y trató de analizar sus marcas, el estado de su ropa, su nerviosismo, miró su escote y sus uñas rojas. Finalmente respondió:
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- Señora, algo habrá hecho.
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Corría el año 1965. Eran otros tiempos.

14.1.10

Es lo que tiene...

... dejarlo todo para el último momento.

5.1.10

Desde el estante

Tiene la cara fría, porque tiene frío. Abraza con ganas la manta que la cubre y frota sus pies uno contra el otro a la espera de que las llamas de la chimenea caldeen la habitación. Hasta hace un momento sostenía entre sus manos a uno de mis compañeros, acariciaba su piel y se entretenía con él, ahora duerme. Tiene la piel blanca y el cabello rubio. El moño se ha ido deshaciendo a lo largo del día y ahora algunos mechones cubren su preciosa cara. Nos usa y nos deja descansar, no ha acabado con uno y ya tiene en mente a otro. Siento celos.
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Su respiración es lenta, parece estar muerta. De vez en cuando acaricia a Platón, pero en seguida le deja a un lado y vuelve a cubrirse con su manta. Parece tranquila, la observo en silencio mientras pienso en cuándo me llegará la hora a mí, el día en que me tome entre sus manos y sienta sus dedos recorriendo cada centímetro de mí. Muero por ese instante.
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Sus ojos azules, que ahora permanecen cerrados, suelen recorrernos en busca de nuevas fantasías, pensamientos, su imaginación vuela y su locura parece cesar mientras la acompañamos. Yo les veo como ceden a sus antojos sin oponer resistencia, con la cabeza gacha aceptan las posturas que ella les impone; ellos, allí, no pueden observarla como yo la observo. Su delicadeza, la furia de sus ojos cuando se enfada, la dulzura con que su pelo cae sobre sus hombros; tirita cuando tiene frío, pero normalmente pasa mucho calor; sube sus faldas por encima de las rodillas y deja caer sus tirantes, resopla mientras escribe y se mueve agitadamente cuando duerme. Su locura suele aparecer en sueños.
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Todos pensamos que es una diosa, nos compra y escoge, nos cuida y nos mima también. Decide cuando estamos con ella y cuando esperamos, cuando le gustamos y cuando no. Sabe lo que pensamos. A veces se lleva a tres o a cuatro al dormitorio y al día siguiente solo aparece uno, algunos no vuelven y otros vuelven pasados unas semanas. A veces nos usa de tres en tres e, incluso, la he llegado a ver con cinco. Adivina nuestros pensamientos, sólo con mirarnos sabe si tenemos algo que ofrecerle o no. Es una diosa. Nos lee cuales libros, porque lo cierto es que libros somos.

2.1.10

Laura

Dormía plácidamente en la cama cuando un trueno la sacó de sus sueños. La tormenta bañaba la calle y las gotas provocaban un molesto ruido al chocar con los cristales, se levantó, camino con frío hasta la ventana y bajó la persiana todo lo que pudo.
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Se giró para observar como él seguía tal y como lo había dejado horas antes, durmiendo boca arriba, cual muerto, y sin enterarse absolutamente de nada.
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Fue a la cocina a beber agua y luego al baño a hacer pis. Allí sentaba estuvo pensando un buen rato en la imagen que el espejo le había devuelto al entrar en el baño, no era especialmente atractiva, pero tenía buen cuerpo: estaba contenta. Se dio cuenta de que había terminado hace tiempo y ella seguía allí, medio dormida, pensando en si debía apuntarse o no al gimnasio.
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Se limpió y lavó sus manos, se acerco a la habitación y se metió en la cama, abrazando el cuerpo inerte de su pareja. Él, inmediatamente, comenzó a hablar en sueños.
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- Vamos.
- ¿A dónde vamos? – preguntó ella extrañada.
- A follar – contesto el sin mover los labios.
- ¿Quiénes?
- Tú y yo.
- ¿Quién soy yo?
- Laura.
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Se dio la vuelta y con la mirada fija en la nada, arropada y cómoda, se puso a pensar.
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¿Quién es Laura?